Por Redacción Central Aci Prensa
Ciudad del Vaticano, 8 de abril de 2024. - La Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor este lunes 8 de abril, para recordar que un día como hoy se produjo un acontecimiento que cambiaría para siempre la historia de la humanidad. El poder celestial de Dios invitaba a una humilde doncella de Nazaret
(Israel) llamada María, a cooperar en su plan de salvación de la humanidad:
Ella será invitada por medio del ángel a ser madre del Hijo unigénito de Dios,
el Señor Jesús.
María, quien había consagrado su virginidad a Dios, responde a la
propuesta divina con un valiente y generoso “¡Sí!” (Cfr. Lc 1, 26-38); por lo
que será llamada la ‘llena de gracia’. Es necesario recordar que desde el
preciso momento en que la Virgen de Nazaret queda encinta por obra y gracia del
Espíritu Santo, las puertas del cielo se abren nuevamente y la amistad entre
Dios y el hombre, quebrada antaño por el pecado, habrá de ser restablecida.
Por su ‘sí’ la Virgen será elevada a la condición de ‘Madre de Dios’.
Ella llevará a Jesús en su vientre: primero será abrigo y protección; después,
la encargada de educar a Aquel que es salud para el género humano.
Tradicionalmente la Anunciación del Señor se celebra el 25 de marzo
-nueve meses antes del día de Navidad-, pero este año, el 25 fue Lunes de
Semana Santa, por lo que la Solemnidad fue trasladada a hoy, 8 de abril, un día
después de concluida la Octava de Pascua.
El porqué de la celebración: ¡El Verbo de Dios se
ha hecho carne!
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Tomada de Facebook |
“‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí
tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y
ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay
imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra’. Y la dejó el ángel” (Lc. 1, 35 - 38).
Este pasaje forma parte del Evangelio de hoy (Lc 1, 26-38), en el que se
recuerda el diálogo del ‘mensajero’ de Dios, Gabriel, con la Virgen. La
claridad y sencillez de la respuesta de María denota que sobre ella no hubo
imposición, sino libertad. María podría haber rechazado la propuesta venida por
boca del ángel y Dios habría respetado su decisión de la misma manera como
respeta incondicionalmente la libertad humana. Para alegría y gratitud de todas
las generaciones, la “bendita entre las mujeres” aceptó la voluntad de Dios con
amor y docilidad. Dios no había puesto vanamente su confianza en María: “Hágase
en mí según tu palabra”, contesta, y se produce el más grande de todos los
milagros: la Encarnación del Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Este
hecho constituye la auténtica y plena irrupción del Amor infinito en la
historia de la humanidad, cuyo significado y repercusiones jamás podrán ser
ponderadas del todo, no, por lo menos, hasta el final de los tiempos.
Volviendo al pasaje bíblico que nos ocupa -el encuentro de la Virgen
María con el ángel-, es claro también que el porvenir no se le presentaba
libre de dificultades a la Madre de Dios. Ya para ese momento, María estaba
comprometida con José y era obvio que lo planeado hasta ese momento sería
alterado. No resulta difícil pensar que ese plan tendría que ser dejado de
lado. Además, principalmente, María era conocedora de las profecías sobre el
Mesías, así que era muy consciente de que muchas dificultades e incertidumbres
habrían de aparecer.
Muy pronto, José, desconcertado por lo que María le revelaría, decide
repudiarla en secreto, intentando, en la medida de lo posible, no avergonzarla
frente a todos. Ella, por su parte, seguirá aferrada a la Providencia divina.
Finalmente, como Dios no abandona a los suyos, envió un ángel que le
habla en sueños a José. Dios también esperaba muchísimo de él. Quería que su
Hijo estuviera bajo el cuidado paternal de un santo varón. Por esta razón, el
santo carpintero recibiría el privilegio de ser el padre de Jesús en la tierra
y de formar con María un hogar lleno del amor divino: la Sagrada Familia de
Nazaret.
El espíritu de la celebración: un periodo de
gestación
La Solemnidad de la Anunciación es ferviente en el mundo católico por lo que puede ser considerada una
‘festividad navideña’. Así lo ha dispuesto la tradición de la Iglesia. Existen
fuentes que testimonian que la Anunciación del Señor se celebra de esta manera
desde el siglo VI en Oriente y desde el siglo VII en Occidente (Roma).
Ciertamente se ha producido un cambio en la designación después del
Vaticano II. En el Novus Ordo se ha preferido la expresión “Anunciación del
Señor" en vez de la muy popular “Anunciación de María” con el
propósito de evitar posibles ambigüedades en torno significado de la
celebración y, al mismo tiempo, subrayar la centralidad de Jesús.
La Anunciación y la cultura de la vida
María tuvo en su vientre a Jesús. Fueron nueve meses de espera
albergando a la fuente de la vida dentro de sí. Nueve meses en los que cada
instante era una confirmación de que la naturaleza humana posee una grandeza y
dignidad incalculables.
Abrazando lo que somos, Dios quiso vivir cada etapa de nuestra vida
terrena, desde la concepción hasta la muerte. No se encarnó a los tres meses de
gestación, ni a los seis, ni nada por el estilo, como podría seguirse de esas
discusiones contemporáneas sobre cuándo empieza la vida humana y cuándo un ser
humano “realmente” lo es. Dios nos alecciona claramente: se es persona desde la
concepción.
Y es que la Encarnación se produjo en el instante mismo en el que María
concibió del Espíritu Santo: he aquí la razón más elevada por la que la Iglesia
defiende a cada ser humano desde el primer instante de su existencia.
¡Feliz día de la Anunciación!
¡Por María entró la alegría al mundo entero!
Fuente: ACI Prensa.
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